Como referí en un post anterior, a propósito de Los hombres que no amaban a las mujeres, no soy muy amigo de leer novelas. Esta obra escrita por el autor en 1901 cuando apenas contaba 25 años de edad es algo más que una novela. Es un novelón. Una obra que impresiona por la belleza de su prosa, donde apabullan las descripciones, ya sea de una estancia de un vestido o de un rostro.
Una maravilla. Literatura en estado puro. 622 páginas extraordinarias. La edición que he disfrutado se corresponde con un ejemplar de la editorial Apolo publicada el año 1936 con la traducción de Francisco Payarols en colaboración con Enrique de Leguina y prólogo de F. Oliver Brachfeld.
Tiene capítulos memorables. Sin perder de vista el conjunto de la obra me viene a la memoria la descripción del tifus, la jornada completa de un día cualquiera de Hanno Buddenbrook, el discurso del abogado doctor Breslauer en defensa de Hugo Weinschenk. Podría citar muchos otros episodios. Un estudio de la sociedad burguesa insuperable. Degustar su lectura supone un viaje al pasado no muy lejano pero ya desaparecido. La novela es una metáfora de la sociedad alemana del siglo XIX, una Alemania pre- industrial, todavía no unificada por Bismark.
Un montón de personajes que dibujan la escena, que se suceden de modo ordenado y que acompañan el ocaso de la familia durante al menos tres generaciones. Es de esos libros que conviene leer de cuando en cuando. Fascinante.
oswaldo67 
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